A mi modo de ver, el hecho de pertenecer o no a una determinada religión debería ser una elección individual, si en lo que vamos a creer es en deidades superiores o cósmicas que puedan guiar nuestra existencia. Sin embargo, la práctica de esa religión no puede hacerse si no dentro de una comunidad o colectivo, compartiendo con otros un ceremonial, entendido esto como un determinado rito o sacramento efectuado en un templo, en un lugar de paz que permita la comunicación con tales deidades. Esa comunicación es profunda y no se parece en nada a la comunicación diaria, pues se produce a través de una entrega desinteresada al dios (o a los dioses, que daría origen al politeísmo heleno o al egipcio) con quien se desea establecer esa comunión. Todas las religiones requieren de una comunión jubilosa, de una entrega total del espíritu mediante un acto de fe, un acto distinto del intelectual, mental, o del fenómeno estético. Un acto de fe no puede evaluarse mediante los raciocinios de la filosofía ni de la lógica analítica de las ciencias; sus resultados no son materiales sino intangibles, invisibles, pero esenciales para nuestro existir.
Los cristianos evangélicos, los cristianos católicos, los cristianos conversos, los musulmanes, los mahometanos, budistas, taoístas, místicos o sufíes, todos requieren de un ejercicio continuo de espíritu, cuerpo y mente para encarar los complejos problemas de este mundo, --y de los que quizá nos esperan en el otro-- a través de la fe. Dado que somos esencialmente seres mortales, finitos, debemos sobrevivir materialmente, nos vemos obligados a trabajar para ganarnos el pan, para nosotros y nuestras familias, pero “no sólo de pan vive el hombre”. Necesitamos de la ciencia y la tecnología para mejorar nuestras condiciones materiales; del arte para alimentar el espíritu con armonía y belleza; de filosofías para guiarnos en el bosque de las ideas a través del tiempo, y de fe para transmitirnos esperanza en el futuro. Para aquellos que creen que la religión es “el opio del pueblo” les digo que están equivocados, pues las religiones se nutren de mitos y símbolos que encarnan nuestros deseos y aspiraciones más profundas; sueños, utopías, proyectos y visiones mejor que cualquier otro sistema de signos o estructura de saber.
Las religiones no siempre han servido para alimentar la esperanza. Al aliarse a las ambiciones de dominación y poder político, han degenerado muchas veces en abusos de ese poder, y en fundamentalismos que a su vez han creado fanatismos peligrosos. En la Edad Media europea, el cristianismo sufrió una alteración de su mensaje inicial basado en los testimonios de los profetas (Antiguo Testamento) y de la palabra de Cristo (Nuevo Testamento), los cuales componen los libros de laBiblia, y sumió en una época de terror y destrucción a grandes contingentes de aborígenes americanos, negros, musulmanes y judíos que, por el solo hecho de practicar religiones distintas, fueron sometidos al escarnio y a la aniquilación por un tribunal de jueces eclesiásticos llamado la Inquisición. Los grandes patriarcas bíblicos, musulmanes, rusos y judíos (uno de los pueblos que más ha padecido persecuciones absurdas por parte de católicos y nazis) hubieron de sufrir grandes humillaciones y sufrimientos antes de conseguir fundar sus religiones. Abraham, Moisés, los apóstoles de Cristo --también llamados evangelistas-- y los guías de los pueblos árabes e hindúes tuvieron que pasar por terribles sacrificios para poder fundar la espiritualidad de sus pueblos. El cristianismo tiene como piedra angular la palabra de Jesús, su vida y hechos basados en el amor al prójimo, la misericordia, el perdón y la piedad, y un coraje distinto (basado en la paz) para enfrentarse a la crueldad del imperio romano, que le llevaron a ser juzgado injustamente y clavado en una cruz, la cual a la postre se convierte en símbolo de sacrificio trascendente para una humanidad que pocas veces había presenciado esas cualidades, y le toma como guía espiritual. Según parece, estas virtudes no son muy bien comprendidas por los nuevos detentadores del poder, cuyo máximo Dios es el dinero, sus Papas los banqueros y sus gestores los políticos.
En la iglesia católica a los hombres virtuosos practicantes del bien se les da el nombre de santos, por alcanzar éstos un cúmulo de cualidades donde se destaca la bondad. Lograron los santos efectuar actos sobrenaturales llamados milagros, que retan toda lógica y pueden curar enfermedades y males radicales, efectuar cosas imposibles frente a nuestros ojos, como lo hacía Jesús. Los milagros en pro del bien son los actos de mayor peso para la santificación. En teoría, todos los Papas son santos, han alcanzado ese rango por su comportamiento noble dentro de la iglesia católica. También ha ocurrido que líderes políticos como Tomas Moro en Inglaterra (decapitado por la “Santa” Inquisición), la visionaria francesa Juana de Arco (quemada en la hoguera por la Inquisición), Mahatma Gandhi en la India (hostigado por el imperio inglés) o el reverendo Martin Luther King en Estados Unidos (asesinado por fanáticos políticos), haciendo una fusión entre religión y política, han deseado conducir sus pueblos a la emancipación social, a la par de la espiritual. Digamos que una no estaría completa sin la otra, que ganamos poco si nuestra esperanza no se traduce en libertad, si somos víctimas del hambre y el terror y sólo poseemos un credo religioso. Los Papas de la iglesia católica son numerosos, y muy pocos se han distinguido en ese ejercicio. Los más notables han sido quizá Pio XII, Juan XXIII y Juan Pablo II de los que puedo recordar, unos Papas con carisma, encanto personal, dulzura, osadía y sinceridad plena para decir las cosas.
Ahora el Papa Francisco I de Argentina está llevando a cabo giras por el mundo que merecerían el calificativo de impresionantes. En medio del catastrófico mundo de hoy, lleno de guerras asimétricas teledirigidas o bacteriológico-químicas, de nuevas y más letales formas de terrorismo -–incluyendo el terrorismo de estado-- desastres ecológicos, componendas financieras para llevar a cabo la quiebra de países débiles, manipulaciones ideológicas de mitos y leyendas ancestrales para vaciarlas de sus contenidos profundos y convertirlas en folklore industrial. Todo esto ha venido deteriorando el corazón mismo de la existencia humana y su religiosidad, hasta dejarnos casi despojados de verdaderos dioses. En casi todas sus visitas, el Papa Francisco ha mostrado una verdadera voluntad de cambiar el pasivo rostro de un Vaticano ahogado en lujos y comodidades, y en algunos casos cómplice de los desmanes políticos de gobiernos poderosos; de una iglesia que en vez de abogar por los problemas de los pobres e intentar solucionarlos, se ha puesto del lado de los poderosos, mientras en su seno se llevan a cabo obscenos actos de pederastia.
El Papa Francisco ha mostrado una auténtica voluntad de diálogo con la gente más necesitada y vejada, visitando comunidades deprimidas y sensibles en países como Cuba o México, con un discurso natural, directo, sincero y en algunos casos fuerte, alejado de las antiguas retóricas papales, empezando por hacer la crítica de muchos gobiernos insensibles y realizando fuertes cuestionamientos a los estamentos políticos y económicos de Estados que se piensan todopoderosos y permiten o practican la violencia, so pretexto de combatir terrorismos alimentados por ellos mismos. Además de esto, el Papa Francisco ha dialogado con el patriarca de la Iglesia Ortodoxa rusa Krill y con prelados judíos (uno de ellos se cuenta dentro de sus mejores amigos), con indígenas y con gente del pueblo con la misma naturalidad, mostrando un espíritu de concordia. No se queda en el mero discurso retórico donde los conceptos de amor, paz o entendimiento se repiten hasta la saciedad fuera de contexto y sin connotaciones específicas; por el contrario, Su Santidad Francisco puede emitir juicios duros sobre realidades políticas o bélicas, y hacer énfasis en puntos escabrosos. Tiene perfecta conciencia de la desigualdad e injusticia social donde tienen tanta responsabilidad gobiernos poderosos y falsos, que pregonan una cosa y hacen otra. Cuando vemos al Papa teniendo esta actitud, de veras nos llenamos de esperanza. Él le ha devuelto, creo, el brillo a la fe católica, pero también ha abierto en poco tiempo un diálogo con grandes comunidades, hablando a todas las religiones y credos y respetando las creencias raigales, con lo cual podemos estar asistiendo a una renovación de la espiritualidad cristiana dentro de la Iglesia.
© Copyright 2016 Gabriel Jiménez Emán