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Obed Delfin

El DISCURSO DEL POLÍTICO VENEZOLANO: DE LO RECALCITRANTE A LO CÍNICO


Obed Delfin

Al leer el libro “Entrevistas y conversaciones” de Carlos Croes[1] uno percibe cierta continuidad en el discurso del político venezolano. En primer lugar, tenemos al político que está en un momento dado en la oposición, que no es gobierno, o no ocupa ningún cargo público. El discurso de este político está reiteradamente signado por la crisis que vive el país, crisis de todo tipo. Su discurso es especulativo sobre la condiciones del país, insiste que la situación no puede continuar tal como está. En este discurso está encarnada la salvación del país. Todo lo ve mal, todo es catastrófico. Por supuesto, él es quien puede salvar al país de la situación que vive.

Esto lo vemos, en el texto citado, desde Pérez Jiménez hasta Maduro. Esto es, desde los socialdemócratas, los demócratacristianos, los socialistas, los comunistas, el dictador desarrollista… Esto es una constante, insisto, en el discurso del político venezolano. Siempre aborda la situación desde esta perspectiva catastrófica. Nada bueno ve en la gestión de quien está en el gobierno. No obstante, él no ofrece ninguna solución al problema, debe ser que se la pueden robar.

Esto hace que el político en la oposición aparezca como un sabe-lo-todo. Un mesías, el salvador. Ya que de tanto criticar, se termina pensado que él podrá traer la solución a los problemas que tan bien describe. Pero, solo describe, ésta es una característica básica del discurso opositor. Insiste en ver que nada funciona en el gobierno de turno. Se despliega majestuosamente en su descripción de la situación; en la corrupción, la pobreza… Termina, el político, por mostrarse y convenciendo que él es quien tiene la solución a todos los males del país. En esto es recalcitrante, repito desde Pérez Jiménez hasta Maduro.

Ahora bien, cuando este político es electo para un cargo o es asignado en cargo de la administración pública. El discurso cambia radicalmente, y aquí viene lo cínico. Tanto del discurso como del político. ¿En qué cambia el discurso? Cambia en que ahora, por arte de magia, las cosas están bien o van bien. Las cosas se están resolviendo; la pobreza ha disminuido, no hay corrupción…

Cuando el político es gobierno, aquel discurso mesiánico desaparece, también por arte de magia. Ahora hay un sujeto realista, que ve la realidad cruda, descarnada. Ya no está aquel salvador, que prometía villas y castillos. El discurso es preocupado por la situación y la oposición que le están haciendo. Porque ahora el político de oposición asume el mismo discurso de quien está en el ejercicio del gobierno, se ha producido un enroque. Y el discurso se lo han pasado de manos.

La gente percibe, con mucha claridad, que aquel político salvador y mesías no está resolviendo aquello de que tanto aparentaba saber. La mayoría después que llegan al gobierno, plantean hacer un diagnóstico de la situación. Y acá viene la pregunta ¿Para qué un diagnóstico si él ya sabía todo lo que estaba pasando? Era tan ducho en la materia, ya que hablaba con tanta propiedad de todos los asuntos posibles. ¿Por qué hacer tal diagnóstico? Él tenía, incluso, la solución en sus manos. Nunca nos la dijo, pero sí lo insinuó muchas veces. Era el salvador. En esto le va lo cínico.

Es un cínico porque ahora en su discurso todo está bien. Es un cínico porque ahora él necesita estudiar la situación, de la cual tanto sabía. Es un cínico porque ha vivido del engaño, de la especulación. Lo que llama Baudrillard de la «lógica del simulacro». Nunca se ha atenido a los hechos, solo a su especulación. De allí, el desengaño de la política, porque se ve a ésta como el arte del engaño. Y aplica aquello «de quién va a vivir el vivo, sino es del pendejo». En esta dualidad, una de ellas, transcurre el discurso del político venezolano sobre la situación del país.

Un segundo aspecto que podemos observar en el discurso del político venezolano, es la constante de la proyección y del juicio histórico de sus actos cuando ha participado en sucesos políticos. Esto de sentirse seres históricos, lo vemos en Pérez Jiménez, Pedro, Carmona Estanga, Rómulo Betancourt, Hugo Chávez, Vásquez Velasco… Todos se sienten predestinados hacer considerados por el juicio histórico. Y «así los voy adormeciendo, con técnicas de diputado», dice Blacamán El Bueno.

Esto apunta a un ego político bastante desmesurado en estos políticos venezolanos. Se consideran «la última Coca cola del desierto». Como si fuesen los patricios de la República o los nuevos padres de la patria. Tal simplejo, como diría Bachelard, señala lo poca cosa que, en verdad, son. Recurren a esta retórica siglo XIX para dar a sus actos la grandeza que no tienen. Posiblemente sean olvidados en los derroteros de la misma historia que quieren protagonizar.

Tal vez piensan que se les debe dedicar otro «Paseo Los Próceres», que compita con el de los fundadores de la República. Y allí estén sus esculturas para gloria de la patria. Ahora bien, ¿Cómo sería la ubicación de cada uno ellos en ese panteón escultórico? Esto representa un verdadero problema, porque cada político se considera grande que el otro. ¿Será que el político venezolano es megalómano? No sería nada extraño, dado lo recalcitrante que es en lo que respecta a la proyección histórica de sus actos. Ya que ellos están para el bien de la humanidad.

Lo cínico es que esta actitud es una desfachatez. La supuesta grandeza de sus actos y su persona. No obstante, la gente termina por mirarlos con el rabo del ojo o «como gallina que mira sal», aunque sinceramente esto último no sé cómo lo hace la gallina. Cínico, por cada acción política que realiza la proyecta a la estratósfera de la historia. En eso le va su pequeñez como sujeto y político. Solo vive para la historia, para ser recordado y venerado. “Y todo eso sin la gloriosa conduerma de estar todo el día y toda la noche esculpido en mármol ecuestre y cagado de golondrinas como los padres de la patria”, como diría García Marquez.

Otro aspecto que podemos percibir en el discurso del político venezolano, y de la política venezolana es general, es el de la presencia subrepticia, como espada de Damocles, del estamento militar; esto es, de lo militar. Tal presencia viene desde el período republicano. Tal vez, si hubiesen fusilado al héroe de «Las Queseras del Medio», en cumplimiento de la Constitución, cuando dio el golpe de Estado a José María Vargas; o si la República se hubiese comprometido a pagarles lo que invirtieron en la Guerra de Independencia, tal vez, lo militar hubiese dejado gobernar al estamento civil sin su permanente amenaza.

Las dos medidas podrían haber sido eficaces. Una porque era ley; la otra porque la Guerra de Independencia es un hecho económico, aquellos no hicieron la guerra por amor al prójimo, y porque los padres de la patria comprometieron sus propiedades para llevar a cabo ésta. Esto no les quita en nada su grandeza. Era necesario que los civilistas llevaran adelante la República y no los militares, pero la cosa se torció y nunca se ha vuelto a enderezar. Todo comienza con el derrocamiento de José María Vargas. Y este es el sino de la República. O ¿es qué el régimen de las leyes, es decir, la República nunca se ha terminado por conformar? De allí, la crisis permanente de ésta desde su fundación en 1811.

El discurso del político venezolano siempre vive del sobre salto del «sonido de los sables», de los «movimientos en los cuarteles». Lo cual ha llevado que la República sea una «democracia militarista», aunque suene contradictorio. Esto es tan evidente, que cada vez más oímos a los llamados «demócratas» hacer llamados para que las Fuerza Armadas tomen cartas en los asuntos políticos, es decir, queden golpes de Estado y los coloquen a ellos en el gobierno. La invocación a una «República militarista», seguimos en el siglo XIX. Se reta al ejército a que tumbe al Presidente, disuelva los estamentos civiles o lo que sea. Pero que tome las riendas. Por eso triunfó Páez y no fue castigado según la ley de la República.

El discurso del político busca en lo militar al «coco» de la política. Amedrenta a la población con este terror. Si él no es electo, entonces vendrán los militares y te harán cosas. No es que vendrán, él los está llamando. Este discurso es tan contradictorio, que durante el gobierno de Chávez mucha gente lo rechazaba por ser militar. Y sin embargo, llamaban a los militares para que lo derrocaran. Tenemos los casos de Medina Angarita, Gallegos y Pérez, por ejemplo. En última instancia, no creemos en las leyes, no creemos en el régimen de las leyes; esto es, NO CREEMOS en la República. Por eso el político habla de patria, nación, democracia, pueblo, de soberano; pero nunca nombra la República. Porque ésta se funda en las leyes.

En el discurso de lo militar el político es recalcitrante, porque nos lo repite para mantenernos en un constante miedo. Y es cínico porque cuando le conviene llama a lo militar para que lo acompañe en sus traiciones. De eso está llena la historia republicana. En el presente y en el pasado.

Estos tres elementos los podemos apreciar en el discurso del político venezolano, y es algo patológico en su hacer público. Esto lo signa. En consecuencia, define el modo de hacer su política particular, partidista; y define la política de esta República traicionada.

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