Los domingos es obligatorio mi transitar con el atardecer por las calles quietas de la Independencia… Esas calles llenas de recuerdos, de amistades y cosas gratas. Es que pregonar un hecho tan ignorado como la cultura te da amigos de características singulares. Algunos muy significativos… más cuando estos personajes representan la preservación de valores, tema que ha sido una constante en las publicaciones de la revista Rótulo. Esa porfía en defender nuestro terruño mediante iconografías tiene una razón de ser, pero ese no es mi tema hoy.
Una de esas tantas tardes en mi transitar, como de costumbre saludé al pasar a Juan Bautista Montesinos (+), hombre acostumbrado a verme atravesar el corredor de su casa por cualquier razón junto a Juan Segundo o Argenis (sus hijos). Aquella tarde me detuve a decirle a Don Juan que el martes iría el fotógrafo hacer las gráficas que usaríamos para la revista, a lo cual me dijo: “Pero antes debe traerme el escrito para saber si quedó bien redactada la entrevista”. Me dejó perplejo tal detalle, se me pasó por alto que Juan Bautista era publicista, sabía lo que decía, explicándose me dijo: “Es que no quiero que se me pase nada” “Usted me entiende, a uno la mente no le funciona como antes, y no quiero que se escapen los detalles”.
No en vano resguardas esos pequeños relatos de nuestra historia, sentí la obligación de que Juan Bautista fuera el corrector de mi crónica, a diferencia de lo acostumbrado con Carlos Montesinos u Orlando Barreto. Esa misma semana la llevé a Don Juan el borrador de su crónica, me dijo: “Usted escribe bien… pero se les escaparon unos datos… vengase mañana temprano que tengo la mente más fresca”. La mañana siguiente don Juan me esperaba en su taller con algunos apuntes, doña Ana nos llevó café para hacer más amena la jornada… corrigió algunas fechas y lugares, me pidió encarecidamente dar una última ojeada al escrito antes de ser publicado. Creo que Don Juan entendía la trascendencia de la publicación: era su historia, mi historia, la historia de una sociedad a veces de memoria corta. Se trataba del olvido de lo que realmente somos o estamos dejando de ser. Yo cumplí con llevar el arte final con el texto para que él le diera una última lectura: “Quedó bien –dijo”.
Siempre al personaje portada de nuestra revista le dejamos un lote estimado de ejemplares para sus familiares y amigos, estimulando el lazo fraterno que generan esos contactos previos a la entrevista y sesiones de fotos. Con Juan Bautista era distinto, eran las revistas de él, las de Juan Segundo y las de Argenis, se trataba de gente a quien siempre ocupo, de un tipo de lazo social y afectivo más arraigado. No puedo negar mi postura mezquina a la hora de regalar publicaciones, tanto traspié te va enseñando el celo riguroso que conlleva mantener encendida la llama de los sueños. Toda “nica” importa si quieres sobrevivir a la adversidad en el tiempo.
Un día recibí una llamada de doña Ana, dándome un recado de don Juan, quien solicitaba con premura conversar conmigo. Recuerdo que era un día sábado y que la tarde de ese día la había comprometido con unos amigos… dije a doña Ana que el domingo en la tarde sin falta pasaría por su casa; y conforme a lo acordado, el día domingo en la tarde fui a ver a Juan Bautista: “Me alegra que sea cumplido” –dijo don Juan– “Estoy siendo muy requerido últimamente por amigos, y hasta por los mismos clientes” “Por eso lo mandé a llamar con Ana… necesito que hablemos de negocios”.
A mí me inquietó la posible propuesta, y como se trataba de negocios fui al grano: ¿Necesita más revistas? “Si, de eso se trata” “La gente me aborda pidiéndome la revista, y ya se me agotaron”, ¿De qué cantidad estamos hablando? “Pueden ser unas veinte para empezar… es que la gente me aborda”. Le dije: hagamos algo don Juan, yo le regalaré este otro lote y si sale otro pedido hablamos de negocio; don Juan se negó apenado, le dije véalo como un regalo… me dijo: “La gente me aborda”. Don Juan estaba pintando para un cliente la placa extraviada de un vehículo esa tarde… él detuvo el pincel por un momento… y con voz quebrada dijo: “Nunca voy a olvidar lo que usted hizo por mí”… y mirando fijamente a mis ojos dijo: “Somos amigos”.