La Boca del Yaracuy el pueblo sobrevive por encima de la rancia inercia de la plebe.
- Willians Ojeda García
- 6 jun 2016
- 5 Min. de lectura

Por esas costas al final de la ruta del río yaracuyano está la simpática comunidad de Boca de Yaracuy la que vemos al lado derecho de esta impresionante fotografía de nuestra apreciada amiga y colega Juana Segovia. Y el pueblo sobrevive por encima de la rancia inercia de la plebe burocrática entre los límites de Falcón, Carabobo y Yaracuy. Y, a pesar de todo, el pueblito allí, orondo, mirando su porvenir al lado de ese río tallado por Dios moviéndose como un rayo de luz sobre la tierra. Con penurias y alegrías el pueblo está junto al río como el compañero fiel. Y la corriente aliada a sus inquietudes y a su vida porque es esencia de su génesis yéndose sobre su suave oleaje para convertirse en cauce encantado y pulmón del poblado. Aquel bello manto selvático de Boca de Yaracuy, lleno de misterios y leyendas, es mojado por el río jirajara que viene desbocado escurriéndose en gotas milagrosas desde mágicas montañas de Yaracuy cruzando el verde Valle de las Damas para fundirse al litoral marino. Boca de Yaracuy mira al rio viéndose así misma con sus angustias, razones y esperanzas; es el pueblo y el río estrechándose con derechos para defenderse porque ambos son testigos de sus hazañas para sobrevivir y elevarse. Y es allí dónde sentimos que el amor a un pueblo y su rio no es exclusivo de nadie en particular: son afectos que no se plagian porque se hacen amor expandido, libre, puro y sincero para todos. El río y Boca de Yaracuy es más de lo que se dice, mucho más de lo que se escribe y de lo que se lee. Es nación, es patria grande. En tiempos remotos fue vía principal para transportar cacao, maderas nobles y distintos rubros hasta oscuros contrabandos que iban a las Antillas próximas. Las selvas vírgenes en las planicies de entonces eran ricas en maderas preciosas que fueron explotadas por los invasores colonialistas y una compañía de Guipuzcoa que promovieron explotaciones desenfrenadas tragándose bosques enteros, frondosos, en tierras bajas cercanas al río y al mar. Otros se arrimaron a sus bolsillos el mineral de cobre que sacaban de las minas de Aroa transportado en barcazas por el río anónimo hasta llegar a la desembocadura en el Caribe que estuvo infestada por corsarios y filibusteros muy cerca donde entra el río Yaracuy a la garganta de Golfo Triste. En el corazón del río y ese bosque macizo perdura una sabia de memorias hinchadas de historias que pueden ayudarnos a comprender la trascendencia de ese paisaje en su verdad. El río y Boca de Yaracuy preservan el patrimonio de la creación y lo hacen sin egoísmo porque van hermanados con claras ideas en una lucha perenne que no conoce agonía. El pueblo y el río viven su deseo de cuidarse, protegerse, para que su espíritu, su corazón y su conciencia sigan acercándose a las cosas buenas. Por las márgenes de ese río desde San Felipe donde a partir de 1728 funcionaba la Real Compañía Guipuzcoana se levantaron pueblitos caracterizándose por la preeminencia de pautas y valores que configuran su especificidad societaria de raigambre africana. Los afrodescendientes a lo largo y ancho de la costa hasta Boca de Yaracuy se sembraron en esas fértiles tierras donde soñaron, lucharon defendiéndose de tanta vorágine malvada de los pillos invasores y depredadores de sus derechos imponiendo sus locos deseos de pisotear al ser humano acabando con los bienes de la naturaleza. Y siguen esperando la justicia prometida. Cuando navegábamos en un peñero aguas abajo bañándonos con vientos salitrosos buscando a Boca de Yaracuy, nos dimos cuenta que la emancipación por la libertad es la que les da presencia a estos luchadores y luchadoras siendo el río testigo de aquellas proezas donde hombres y mujeres ofrendaron sus vidas por quitarse las cadenas del yugo colonialista. Y esos movimientos insurgentes los hicieron sobre los hombros del río Yaracuy y sus costas buscando la libertad. Y el río aún tiene pensamiento crítico, desnuda verdades escondidas y es capaz de narrar hechos y acontecimientos para ver una historia inconclusa o la historia que está por escribirse. Por eso fuimos a esa corriente natural, al encuentro con sus memorias haciéndose historia en aguas donde aparece el rostro del río sometido a los más crueles castigos que ni la ceguera ni el desprecio pudo quitarle su cordialidad y tampoco lo hizo mudo ante las generaciones. El río venía y se devolvía, pero nunca se perdió. El río estaba allí, en cuerpo presente, entero, con ausencia de la mirada de ególatra de la democracia de élites que poco o nada hicieron por aliviar sus males. Por ello se han visto desde añales los efectos de un alocado crecimiento de centros urbanos y la generación de afluentes y residuos no tratados frente a una justicia ciega. Se han visto las manchas de una agricultura sin cultura, de una "industrialización" agorera que viola contribuyendo a modificar considerablemente el medio rural afectando las aguas del río y por consiguiente las tierras bajas y planicies de las cuencas de este legendario cauce yaracuyano. Pese a que los enemigos perseguían al río ofreciéndole una lápida e imponerle algún epitafio, el río Yaracuy se hacía vida elevando banderas con el grito de su rebeldía haciéndose justicia de los oprimidos y olvidados. Y el río y su pueblo emprendieron la ruta de los grandes donde se acarician sueños con el anhelo de los que buscan un mundo mejor. Por eso ni Boca de Yaracuy ni su río tuvieron miedo a la generosidad, juntos andaban para acercarse a su emancipación. El río y su pueblo conservaron sus virtudes porque nunca fueron mezquinos. Ambos nadaban en la corriente viajando entre sus tímidas olas por fortalecer sus vidas con ánimo y capacidad para la comprensión ofreciendo su corazón a los demás. Hoy se presentan libres como la brisa metiéndose al golfo de la historia, abriendo algún resquicio de luz por dónde meterse con amor bañados de fe y esperanzas que tiene el horizonte del pueblo, el río y el mar. La crónica disfrutó la presencia de aquel paisaje con todo ese torrencial de riquezas, aquel tesoro inquieto. Vio al río empapado de sol, henchido de cielo y su luna regalándonos su espectáculo. El río se llevó a la crónica deslizándose noble porque dejó, desde hace dos años gracias al Instituto de Minas y Canalizaciones del Estado Yaracuy, de ser prisionero de la barbarie. Y regresa con sus aguas que son las mismas de ayer como el hijo abrazándose a la madre para irse al encuentro del inmensurable torrente marino. Ese rio es historia. Es memoria. Es crónica viva. El río Yaracuy ahora buscando su desembocadura conserva su belleza a pesar de todo aunque sus aguas no son cristalinas como en tiempos remotos. Pero es el río, siempre será el rio. Es identidad, es gentilicio. ¡Es nuestro!
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